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Notes from Outside
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/Número 4

Viejas rutas, nuevas amistades

Tristan Bogaard y Belén Castelló
/Tiempo de lectura: 7 minutos

Para mí, lo más importante de una aventura suele ser la compañía, incluso si son personas que acabo de conocer. Si empieza a llover a cántaros, sus chascarrillos me hacen sonreír y, ya de vuelta en casa, lo que más añoro son los momentos que hemos compartido. ¿Has viajado alguna vez con alguien que acabas de conocer? Según Tristan y Belén, la mejor manera de conocer a alguien es una aventura de bikepacking, incluidas las noches de acampada y los problemas logísticos que surgen en el peor momento. Sigue leyendo para saber cómo les fue en su aventura por Cerdeña con una pareja que acababan de conocer “en la vida real”. Y cómo, juntos, redescubrieron una ruta casi olvidada.

Catherine

Redactora jefa de “Notes from Outside”

Si hay algo que describe bien a mi generación, son las amistades online. Cuando era pequeña, volvía a casa del colegio y me pasaba horas chateando con mis amigos en el ordenador, como si no nos viéramos ya bastante el día entero en clase. Después, en los últimos años de adolescencia, aparecieron las redes sociales y, con ellas, la oportunidad de acortar distancias y conocer a gente de todo el mundo a golpe de clic. En los últimos diez años, he conocido a gente increíble en plataformas online como Instagram, incluido Tristan, mi pareja. Cuando estábamos buscando protagonistas para nuestro último libro, nos encontramos con Sam y Bec, que pronto se convertirían en compañeros de fatigas graveleras.

Después de pasar el verano de 2021 explorando Europa en bicicleta, quedaba un destino más en la lista: la isla italiana de Cerdeña, en el corazón del Mediterráneo. Conocida por sus calas de agua verde esmeralda, sus paisajes áridos y su atractivo turístico, queríamos saber cómo es en el otoño, una vez que los turistas han vuelto a sus casas.

Tras una ardua tarea de investigación de las rutas ciclistas existentes, aterrizamos en un sitio web bastante anticuado donde encontramos la TranSardinia, un recorrido para mountain bike, acompañado por entradas de blog escritas diez años antes y un PDF descargable con el track original. El reto que supuso encontrar información sobre la ruta no hizo sino alimentar nuestras ganas de descubrirla. Además, era la ocasión perfecta para, por fin, conocer a Sam y Bec en persona. Teniendo en cuenta el parón obligado por la pandemia, no se hicieron mucho de rogar. ¿Bicicletas, buen tiempo y una aventura molona? ¡Se apuntaron sin pensárselo!

Pocas semanas después, quedamos en Olbia, una ciudad costera en el noreste de la isla con un paseo marítimo con palmeras y un ajetreado puerto. Nos escondimos para sorprenderlos mientras sacaban sus bicis de las cajas. Sam, que resultó ser igual de alegre que durante las llamadas, nos saludó con una cálida sonrisa y un fuerte abrazo. Bec rebosaba energía y buen rollo en cada palabra que decía. Nos dimos cuenta al instante de que nos entenderíamos bien en la ruta. Tras revisar el equipamiento y dar los últimos retoques a las bolsas, empezamos a pedalear hacia lo desconocido: una ruta en apariencia ambiciosa de la que solo teníamos un archivo GPX con un track poco fiable.

La TranSardinia recorre la isla por el centro, una parte poco conocida por los turistas, a lo largo de casi 450 kilómetros de caminos (en su mayoría pistas no pavimentadas). En cuanto empezamos a ascender y dejamos atrás la costa, el paisaje dio un giro radical y nos sorprendió con una aridez y unas formaciones geológicas tan impresionantes que nos hizo preguntarnos si estábamos en Cerdeña o en un parque nacional de Utah, uno de esos que tantas veces habíamos visto en el feed de Instagram. Pero, a diferencia de Utah, teníamos esta belleza para nosotros solos. Cuatro ciclistas dejando una estela de polvo tras de sí, rodeados de monolitos y bromeando a cada pedalada.

El tema de hacer un viaje en bici en compañía es que nunca se sabe cuál será la dinámica del grupo. Incluso cuando crees que sois compatibles, el sendero se encarga de sacar lo mejor y lo peor de cada uno.

Hambre, cansancio, distintos ritmos... Los detalles más mínimos pueden poner a prueba tus límites. Para Tristan, es fundamental documentar nuestros viajes de bikepacking con vídeo y fotos. Esto hace imposible pedalear sin interrupciones durante tramos largos, ya que cada poco tiempo tiene que pararse a montar el trípode. A Sam le gusta buscar el sitio donde acampar al menos una hora antes de que anochezca para poder hacer la cena con luz natural, mientras que para Bec, lo más importante es planificar paradas a menudo para tomar un café y comer algo. En mi caso, es esencial cumplir los objetivos diarios en cuestión de distancia para evitar problemas logísticos como, por ejemplo, quedarnos sin agua en el medio de la nada.

Y, sin embargo, el primer escollo del viaje tuvo poco que ver con nuestros gustos personales y mucho con un obstáculo físico en el camino: una verja cerrada con un cartel de “propiedad privada”. Teniendo en cuenta que teníamos fe ciega en esta ruta, la decepción fue mayúscula. La imposibilidad de seguir adelante con el plan hizo que nos sintiéramos como cuatro niños que se acaban de enterar de que los Reyes Magos no existen; un anticlímax totalmente inesperado que nos sentó como un jarro de agua fría.

Después de pasarnos la mañana empujando las bicis por pendientes polvorientas, nos topamos con un obstáculo que nos impidió seguir. Y así, en un segundo, el itinerario que con tanto esmero habíamos planeado se desmoronó ante nuestros ojos.

Por si fuera poco, mi cambio empezó a fallar y, básicamente, me encontré pedaleando en una bici de una sola velocidad. Estos dos inconvenientes nos dejaron la moral por los suelos. Ahora ya sabíamos que no nos podíamos fiar del itinerario, así que no tardamos mucho en aceptar que teníamos que cambiar el chip: nuestra ambición purista de seguir el recorrido original ya no tenía cabida, así que lo mejor era centrarse en el objetivo real del viaje, que no era otro que pasar diez días juntos para conocernos y disfrutar a tope. Al fin y al cabo, la ruta era lo de menos. Así que, abrimos la app de komoot para buscar la estación de tren más cercana y volvimos a dormir a Olbia para poder arreglar mi cambio a la mañana siguiente. Poco después, estábamos rodando por carreteras improvisadas, deseando con todas nuestras fuerzas no volver a encontrarnos verjas sardas cerradas, vallas ni carteles portadores de malas noticias.

Al aceptar las circunstancias y decidir crear nuestro propio itinerario, pudimos disfrutar de la compañía y los paisajes mucho más relajados. Cada vez que pasábamos por un pueblito, hacíamos una parada obligatoria para degustar deliciosos ristrettos, macchiatos, cappuccinos y muchos otros cafés. Esto nos dio la oportunidad de empaparnos del encanto de pintorescas aldeas y de conversar largo y tendido. Pedaleamos por preciosos lugares de interés natural, desde las tierras altas kársticas de Supramonte, el macizo del Gennargentu y la árida planicie hasta lo alto del monte Bruncu Senzu. Aunque el nuevo itinerario incluía más asfalto que el original, no nos decepcionó en absoluto. Más bien todo lo contrario: esta isla tardó muy poco en conquistar nuestros corazones.

Los siguientes días y noches sobre el sillín dejaron al descubierto lo que más nos gusta a cada uno del bikepacking. Si haces viajes en bicicleta con tus amigos, seguro que te has dado cuenta de que vuestras motivaciones son muy parecidas: pasar tiempo al aire libre, explorar sitios nuevos, conocer a gente... Pero siempre hay algo personal que hace especial cada una de esas motivaciones. Para Sam, este viaje era una ocasión de perfeccionar sus (ya increíbles) dotes culinarias campestres y sorprendernos con platos que casi siempre estaban para chuparse los dedos. Después de un año trabajando en una oficina, Bec estaba decidida a mejorar su manejo de la bici en las pistas de grava sardas y prepararse para sus próximos viajes de bikepacking. Y Tristan y yo, para quienes pedalear en compañía es todavía un concepto bastante nuevo, queríamos comprobar si esta aventura era capaz de afianzar una nueva amistad.

Pero ¿qué significa realmente “conocer a alguien”? ¿Cómo se llega a entablar una amistad? No sabemos si hay una única respuesta, pero lo que tenemos claro es que compartir una aventura al aire libre puede ayudar mucho a fraguar una amistad. Cuando Tristan y yo decidimos hacer viajes en bici, a nuestras familias les preocupaba que pasar demasiado tiempo juntos hiciera mella en nuestra relación. Sin duda, pasar de una relación a distancia a estar pegados las 24 horas en situaciones en las que incluso la idea más básica de privacidad adquiere un nuevo significado, suponía ciertos riesgos. Aun así, acampar, cocinar, pedalear y pasar tiempo juntos en general implica riesgos que vale la pena asumir si quieres conocer a alguien de verdad, da igual si es un pariente, una amiga o un completo desconocido. Y créeme, los conocerás de verdad.

Además, hacer un esfuerzo por adaptarse al ritmo que mejor funcione para ambos, mostrar empatía tras una diferencia de opiniones junto al arcén, respetar la privacidad durante la acampada (incluida la hora de ir al baño detrás de un árbol) y saber agradecer la ayuda que se te brinda en las tareas más mundanas es una lección magistral de esas interacciones sociales tan básicas a las que no solemos dar ninguna importancia en el día a día.

En nuestro caso, viajar con Sam y Bec esos últimos días de octubre sirvió para confirmar nuestras sospechas: lo que empezó como una conexión virtual resultó funcionar igual de bien en el mundo real. De todas las cosas que nos pasaron en esta ruta, incluido un cambio forzoso de itinerario, días enteros sin ducharnos y menos paradas de las necesarias para reponer fuerzas con galletas Oreo, casi ninguna tuvo un impacto negativo. Las que sí lo tuvieron fueron valiosas lecciones que nos ayudaron a conocer mejor la personalidad y susceptibilidades de cada uno. El estilazo de Sam en la cocina y sus sabias palabras, el positivismo inquebrantable de Bec, la disciplina de Tristan a la hora de documentar el viaje de principio a fin y mi obsesión con la perfección logística para llegar al destino cada día con energía, agua y comida resultó ser la lista de ingredientes ideal para hornear una aventura de bikepacking inolvidable.

Nuestra última noche juntos, acampados en las alturas con magníficas vistas a nuestros pies de las luces en la bahía de Cagliari —el punto final de la TranSardinia— terminamos el viaje con un plato humeante de arroz frito y repollo especiado. Para completar la escena, cuatro sonrisas cansadas y ocho ojos deseosos de cerrarse. No todos los días se encuentran buenos amigos, pero creo que, una vez más, el bikepacking nos dio la oportunidad de hacerlo.

Texto de Belén Castelló y fotos de Tristan Bogaard

Tristan Bogaard y Belén Castelló son cicloturistas, fotógrafos especializados en bikepacking y embajadores de komoot. Desde 2017, han pedaleado por multitud de países documentando sus rutas con vídeos, fotos y dos libros de gran formato en los que relatan sus aventuras: Bike Life, En bici por el mundo y 50 Ways to Cycle the World. Echa un vistazo a su Colección TranSardinia y síguelos en komoot.

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