Rutas

Planificador

Funciones

Actualizaciones

App

Iniciar sesión o registrarse

Descargar la App

Iniciar sesión o registrarse

Adventure Hub
Notes from Outside
Notes from Outside
/Número 2

Tras los pasos de un lobo

Andrea Fossati
/Tiempo de lectura: 7 minutos

Ya está lista la segunda entrega de “Notes from Outside”. En esta ocasión, te llevamos a un lugar remoto en Italia para contarte un viaje de bikepacking. Uno en el que a nuestro protagonista solo le hicieron falta diez minutos para darse cuenta de que no estaba bien preparado. El tipo de aventura que, de alguna forma (y “a posteriori”...), te cambia la vida. Espero que la disfrutes tanto como yo. ¡Nos vemos ahí fuera!

Catherine

Redactora jefa de “Notes from Outside”

“Buenas. Queríamos reservar una mesa a las 10 para un grupo de cinco ciclistas. ¡Llegaremos con mucha hambre!”.

Matteo llama a un restaurante en Civitaquana, un pueblito en el centro de Italia. Es el primer día de nuestra aventura de bikepacking: un recorrido circular por la cordillera de los Apeninos en los Abruzos. Tenemos cuatro días para hacer 442 kilómetros con un desnivel positivo de más de 8700 metros. Son las 8 de la tarde del 30 de septiembre y todavía nos quedan 30 kilómetros hasta el destino. Al atardecer, nos acercamos al último descenso tras una jornada en la que hemos tenido que empujar las bicis durante 7 kilómetros por el terreno más pedregoso y escarpado al que jamás se hayan enfrentado nuestras cubiertas. Pero todo esfuerzo tiene su recompensa, y la nuestra son las ruinas del castillo Rocca Calascio en el espectacular parque nacional del Gran Sasso y Montes de la Laga.

“Nos van a esperar, pero la cocina cierra a las 9:30 de la noche. Tendremos que conformarnos con las sobras...”,

nos comunica Matteo.

La semana pasada, decidí acompañar a Enrico y a los integrantes de Rolling Dreamers, Andrea, Matteo y Jason, en un viaje de bikepacking: la ruta “Wolf's Lair” (la guarida del lobo), creada por Montanus, un dúo ciclista amante de las aventuras sobre dos ruedas. Andrea, Matteo y yo nos conocemos desde hace años, pero nunca habíamos hecho un viaje en bici juntos. Cuando me contaron que iban a hacer la ruta, acepté sin dudarlo un momento; pensándolo ahora, soy consciente de mi ingenuidad y mi osadía. Llevaba meses entrenando para mi primera salida de bikepacking, así que esta oportunidad me pareció perfecta para aprender sobre el equipo y la comida adecuados o la mejor forma de fijar las bolsas al cuadro. ¿Quién mejor que estos expertos para enseñarme? Además, al fin iba a hacer una ruta con ellos, así que estaba encantado.

Antes de iniciar el descenso, enciendo la luz delantera de la bici y la del casco. A lo lejos, se oyen cencerros de vacas y aullidos difíciles de identificar. La magnífica pista forestal bajo el cielo abierto se adentra ahora en el bosque, donde el aire huele a tierra y resina. Sigo las luces traseras de mis compañeros lo mejor que puedo, pero pronto veo que no hay una trazada ideal: el suelo está cubierto de rocas, raíces y zigzags pronunciados. Me duelen las manos y el cuerpo entero, pero me lo estoy pasando en grande. ¿Será por las cubiertas de 50 mm? ¿O quizás porque, en los tramos de bajada, puedo acercar más mi rueda delantera a la trasera de mis compañeros?

A veces, los descensos son más técnicos de lo que esperas y cambian los tiempos de la ruta, sobre todo si son fuera de pista. Decidí no mirar el itinerario antes de salir. Quería embarcarme en mi primera aventura de bikepacking de verdad sin preocuparme demasiado por los desafíos a los que me enfrentaría durante la ruta. Ahora me doy cuenta de que, si hubiera mirado el recorrido en el mapa, habría estado mejor preparado para este tramo tan exigente, tanto física como mentalmente.

Agotados y mucho más tarde de lo esperado, finalmente llegamos al destino, donde nos esperaba el dueño del restaurante. Enseguida nos puso la cena en la mesa: raviolis caseros, arrosticini (pinchos de cordero) y queso asado. Lo que en los Abruzos se conoce como “las sobras”.

La primera pedalada del segundo día es una auténtica agonía. La rodilla derecha me duele como nunca, pero el apoyo de mis amigos me ayuda a no darme por vencido (y los analgésicos, también). Me está costando lo mío y, por si fuera poco, llueve a mares durante la larga subida del paso San Leonardo. No sé muy bien cómo, pero llego hasta arriba, donde me están esperando pacientemente. Estoy chorreando. Andrea me aconseja cambiarme la primera capa por una seca. Está claro que es esencial llevar siempre un cambio de ropa. Lección aprendida. Teníamos la intención de acampar, pero empapados como estamos, decidimos buscar alojamiento. Siento que me flaquean los ánimos; está siendo el día más duro de mi vida en la bici y todavía nos quedan 230 kilómetros de ruta.

Pero yo he venido a aprender lo básico sobre aventuras de bikepacking, y eso es lo que voy a hacer. Unas cuantas horas mano a mano con profesionales de viajar con lo mínimo bastan para darse cuenta de que: a) has traído cosas que no te hacen falta; b) te hacen falta cosas que no has traído; c) no tienes ni idea de cómo organizar las bolsas. Controlar bien todo esto ahorra tiempo antes de salir, algo que aprendo la segunda mañana. Me lleva un buen rato organizar las bolsas después del chaparrón de ayer. Al menos, ha salido el sol y estamos de buen humor. Además, contra todo pronóstico, ya no me duele la rodilla. Después de un típico desayuno italiano con capuchino (dos cada uno) y cruasán (dos cada uno), nos despedimos de Pacentro y rodamos en dirección al parque nacional de los Abruzos, Lacio y Molise.

Los Abruzos revelan su lado más salvaje y remoto a medida que avanzamos por pistas anchas que serpentean por la inmensa y desolada campiña. Nada que ver con los Alpes italianos; aquí, el paisaje es abierto y no hay ni rastro de cumbres afiladas. Atravesamos una magnífica meseta con la única compañía de ovejas y pastores. Por estos lares, “pastores” significa “perros”, y se los conoce por su agresividad a la hora de proteger los rebaños, debido a la nutrida población de lobos que habita estas tierras, pero nuestra presencia no parece molestarles lo más mínimo.

Un tramo de grava con excelentes subidas y bajadas nos conduce hasta el refugio Lo Scoiattolo, en la famosa estación de esquí Passo Godi en esta sección de los Apeninos. Tras un copioso almuerzo a base de tagliatelle caseros, nos ponemos en marcha de nuevo.

A primera vista, el interior de la región de los Abruzos puede parecer inhóspita. Los pocos pueblitos que tiene están comunicados por carreteras sinuosas que salvan grandes desniveles. El espacio que queda entre ellos se lo ha apropiado una naturaleza de carácter agreste. En otras palabras, tienes que ver dónde puedes acceder a agua y comida antes de aventurarte en esta clase de territorios, un aspecto esencial de la planificación en el bikepacking.

Sin embargo, ese talante remoto de la región se esfuma en cuanto llegas a uno de los pueblos de montaña y charlas con sus gentes. Es primera hora de la tarde de un caluroso día de septiembre cuando entramos en Terranera, un municipio de 127 habitantes en el parque regional Sirente-Velino. Tenemos hambre, algo que no pasa desapercibido para un grupo de lugareños sentados en un banco a la sombra. “La única tienda del pueblo está cerrada a estas horas”, nos informa uno. Debe de ver la decepción en nuestras caras, porque añade: “Pero conozco a la dueña, es mi madre. Esperad aquí un momento”.

Pasados unos minutos, oímos el ruido de una persiana y aparece una señora mayor que se pone a repartir paninis.

Tras degustar estos deliciosos bocatas de queso caciocavallo, nos disponemos a recorrer los últimos 45 kilómetros de la ruta. Lo peor ya ha pasado; solo nos quedan un par de subidas y bajadas para disfrutar de un largo y veloz descenso hacia L’Aquila. En los últimos kilómetros de asfalto, parece que tengo alas: mis piernas van a tope y a medida que nos acercamos a la meta, noto cómo afloran las emociones. Paramos junto a la furgoneta, apago el GPS y rompo a llorar, pero son lágrimas de alegría. Alegría porque ha sido la mejor salida en bici de toda mi vida, en una región de una belleza que ha superado todas mis expectativas. Alegría porque ahora sé lo diferente que puede ser una ruta cuando se hace con gente estupenda. Y alegría porque me siento liberado: para empezar, de las molestias en la rodilla, pero, sobre todo, de las dudas de si podría conseguirlo. Si hubiera decidido abandonar, tampoco habría pasado nada. Cuando empecé hace cuatro días, sabía que era una opción. Pero la realidad es que he logrado convencerme una y otra vez de que podía seguir, sin duda con la ayuda de mis amigos, y, así, he completado mi primera gran aventura de bikepacking. Y no será la última.

Texto y fotos de Andrea Fossati

Andrea es un italiano afincado en Berlín que se enamoró del ciclismo hace nueve años, cuando se fue a vivir a Alemania. Para él, la aventura es pedalear hacia lo desconocido en una bici cargada con lo poco que necesitas. Andrea añade: “Échale senderos de montaña en medio de la nada, unos cuantos amigos y paradas donde llenar el estómago con algo rico y tienes una de las experiencias más gratificantes que te puedas imaginar”.

/ Ver más números

/

Número 22

¿Delirios de grandeza? Una principiante en el Tour de Flandes

Every Body Outdoors

/Tiempo de lectura: 5 minutos
/

Número 21

El Kerry Way: paisajes rurales y ovejas de colores

Sebastian Kowalke

/Tiempo de lectura: 5 minutos
Explorar
RutasPlanificador de rutasFuncionesRutas de senderismoSenderos MTBRutas en bici de carreteraBikepacking
Descargar la app
Síguenos en redes sociales

© komoot GmbH

Política de privacidad