El río Duero es el alma fluvial de Soria, un paisaje agreste, vital y provocador escogido por algunos poetas y artistas que han expresado sus bellezas y soledades, un mundo íntimo y particular elegido hace siglos por eremitas para fundar lugares de retiro y meditación. El Duero siempre ha sido amigo de la ciudad, un protector y aliado cuando los hilos de agua impuestos por la naturaleza marcaban límites y fronteras, en tiempos de los celtíberos, los romanos, los árabes y después durante la Edad Me/Ágreda
71,2 kilómetros. 1.320 metros positivos.dia, el río siempre ha sido la conquista deseada. En tiempos recientes los márgenes del Duero fueron olvidados y prácticamente abandonados, salvo los cuatro centros de patrimonio y monumentalidad de los templos románicos, hasta que una inversión millonaria limpió las orillas, plantó jardines, recuperó puentes y construcciones, puso esculturas, fuentes y deliciosos paseos ribereños. Ahora los Márgenes del Duero se pueden escribir en mayúscula para el agrado de locales y visitantes, especialmente de los viajeros cicloturistas que siempre buscamos un lugar cómodo donde preparar la partida de la aventura bikepacking. Un buen sitio para estacionar es el aparcamiento de Soto Playa, en la orilla del río, al pie del Parque del Castillo, con espacio para montar las bolsas en las bicis gravel y salir pitando en busca de nuevas experiencias.
En el aparcamiento hay postes del Camino Natural de la Senda del Duero GR-14, justo enfrente del Lavadero Soto Playa. Las primeras pedaladas siguen las indicaciones en subida hacia la Concatedral de San Pedro y el centro urbano. El empedrado del casco viejo aparece enseguida, aunque siempre es incómodo moverse en bicicleta por el interior de las ciudades, son las primeras pedaladas, hay que tener paciencia y precaución, Soria no es muy grande, en unos minutos termina la cuesta y en la cuneta de la izquierda aparece el panel del Camino Natural del Agua Soriano-Camino Antonino, en el inicio del Camino del Peñón. El casco urbano desaparece de repente. La ruta entra en el carril señalizado y comienza un sugerente viaje cicloturista por la densa historia de los páramos sorianos. El firme es bueno para las gravel, las bicis vuelan en la perfecta gravilla de los caminos agrícolas. Garray aparece enseguida y para llamar la atención han puesto un gran dinosaurio al lado del cartel del pueblo, reclamando evocaciones hacia los enormes mastodontes de la prehistoria. En cambio, el lugar es famoso porque en un cerro cercano está el yacimiento arqueológico de Numancia, el castro celtíbero que durante un tiempo cortó el paso a las legiones romanas en un enclave estratégico del valle del Duero y el Sistema Ibérico. Finalmente los romanos ocuparon la colina y fundaron una villa primordial en la calzada que comunicaba Asturica Augusta (Astorga) y Caesaraugusta (Zaragoza), con bastante importancia y peso comercial en este tramo soriano por Uxama (Osma), Voluce (Calatañazor), Numancia y Augustóbriga (Muro). El desvío que sube hasta el yacimiento arqueológico está en la salida de Garray, en el camino hay escenarios modernos donde se representan episodios históricos del Cerco Numantino. Los interesados en profundizar en el tema pueden visitar el Aula Arqueológica en Garray.
El paisaje campesino invade el ambiente, sobre todo los cultivos de secano. La ruta gravelera sigue el trazado de la vía romana XXVII del Itinerario de Antonino por caminos agrícolas planos y rápidos entre campiñas de cereal. Los hitos están en los cruces y los kilómetros pasan volando. En Renieblas vuelven de nuevo las evocaciones de las antiguas culturas y los viejos imperios. La iglesia tiene detalles curiosos, como la calavera del patio, y también hay varios miliarios originales de la primitiva calzada romana. En estos pueblos los servicios son mínimos, prácticamente inexistentes, hay que llevar víveres para toda la etapa. En algunas poblaciones hay bares y con suerte pueden estar abiertos pero no tienen provisiones, aunque un rato cambiando impresiones con los habitantes del pueblo sabe tan rico como un bocata. En la salida de Renieblas hay carteles de un punto de interés en las planicies de La Atalaya, una extensa colina donde las legiones romanas instalaron cinco campamentos durante el asedio de Numancia. El paraje está señalizado, tiene un desvío del itinerario principal con carteles y detalles de los emplazamientos de los ejércitos romanos.
La ruta sigue por las ondulantes laderas del Ibérico soriano, atraviesa pequeños pueblos donde es raro encontrar alguien a quien saludar y juguetea con el antiguo trazado del tren Soria/Cervera, abandonado hace décadas y moribundo en una soledad que reclama una reconstrucción para usos de ocio activo y recreativo. En el cruce de Olmeñaca el camino entra en un tramo muy seductor por una bonita vega de colinas agrícolas. Soria fue durante siglos territorio de frontera entre árabes y cristianos, una tierra codiciada que era necesario vigilar y defender. Entre los siglos X y XIII se levantaron castillos, alcazabas, torres y pequeñas fortalezas y todavía quedan restos de algunas construcciones militares en lugares estratégicos, incluidas en el itinerario turístico de la Ruta de los Torreones. La primera que aparece es la Torre de la Pica, solitaria y misteriosa en el Camino de Tajahuerce, hay un panel que cuenta la historia. Más adelante está la Torre de Masegoso, con fuente romana, puente medieval y ambiente de otros tiempos, cuando las puertas de los edificios se ponían a cinco metros del suelo para evitar que se colaran vecinos indeseables.
En Pozalmuro encontramos el bar cerrado, poco tenemos que hacer y además amenaza tormenta, llenamos las cacharas de agua y emprendemos la ascensión de la sierra del Madero, el puerto de montaña de la jornada para saltar el Sistema Ibérico y pasar de la cuenca del Duero al gran valle del Ebro. La subida es una vereda ciclable con bastante pendiente, tiene unos tarugos para evitar los destrozos de la escorrentía y mantener la calidad del firme pero exigen un esfuerzo extra en cada escalón. El duro repecho termina en un mirador extraordinario con carteles del paisaje, las vistas son magníficas. El Moncayo (2.314 m) es una mole imponente, el techo de las montañas de Soria y la cumbre más elevada del Sistema Ibérico. Seguimos los hitos del camino natural por una bajada con un par de curvas delicadas para las ruedas de las gravel por la piedra suelta y después un sendero bien acondicionado y divertido en un encinar de gran calidad ambiental. El cielo se convierte en un infierno y llegamos al pueblo de Muro cuando las gotas de lluvia se convierten en bolas de granizo, por suerte aquí está el bar abierto. En Muro está el yacimiento de la ciudad romana de Augustóbriga y en el salón del bar tienen carteles destacando la notoriedad del lugar. La villa romana fue decisiva en la conquista romana y el control de los pueblos que habitaban en las serranas faldas del Moncayo.
El mal tiempo es persistente y decidimos terminar la etapa en Ágreda, interesante pueblo de tres culturas en la ladera del Moncayo. En el Hostal Doña Juana son acogedores y amables con los ciclistas, incluso cuando llegan empapados y las bicis embarradas. Antes de cenar hay tiempo para ver más torreones, palacios, conventos, casas señoriales y pasear por el barrio moro, pasar por puertas medievales con las almenas originales o en forma de arco de herradura, como la Puerta del Agua, del siglo VIII, la construcción más antigua del patrimonio arquitectónico de Ágreda.